Vuelvo a caminar tranquila

Vuelvo a caminar tranquila, canturreando “Tu piensas que la luna estará llena para siempre...yo busco tu mirada entre los ojos de la gente...tu guardas en el alma bajo llave lo que sientes...yo rompo con palabras que te agarran como dientes...tu sufres porque no sabes como parar el tiempo...yo sufro porque no sé de que color es el viento, tan dulce y hechizante que se escapa de tu boca...con sólo una sonrisa....mi cabeza volvió loca...”. 
 
¿Y éste que coño estará mirando? Claro, lleva los auriculares puestos y pensará que hablo sola. Da igual. Venía de frente, y ahora lo tengo a mi lado. “¿Corremos juntos?” “Creo que no es muy buen día para corrernos”. Sonríe. ¡Vaya! es aquel chico que iba conmigo al gimnasio, el de la sonrisa a lo “Clooney”. “Me gusta tu sonrisa” “Lo sé”. No me extraña, más de una vez me quedaba hechizada mirando su boca. 
 
Caminamos en silencio, cada vez que lo miro, me regala su sonrisa “Cloonyca”. Me cae bien. Nos sentamos en la pared de una acequia, a la sombra de un naranjo. Me presta uno de sus auriculares. Parecemos dos siameses unidos por un cable de mp3. Empezamos a cantar bajito. La voz va subiendo de tono, más alto, más alto... Estamos gritando como locos al ritmo de la música que sólo nosotros escuchamos: “lo siento, me tengo que ir... quería contarte que es muy fuerte esto que siento... y tu no sientes, tengo el tiempo entre los dientes para ti... quería decirte, como te he dicho otras veces... que pase lo que pase... estoy aquiiiiiiiiiiiiii”. 
 
Cantamos la última estrofa a voz en grito, abriendo mucho los brazos. Un viejito se acerca, apoyado en su bastón. No importa. Da igual lo que piense. Pasa por nuestro lado, con lentitud. “Buenos días”, “Buenos días, señor”.